Con la espada, con la tecla y la palabra

Una reflexión sobre la letra cursiva y prácticas escolares en la era digital. Por Santiago Mazzuchini

En un artículo de Jaim Etcheverry publicado hace algunos años en el diario La Nación, se sintetizan inquietudes que también son propias de padres y docentes: la preocupación por la poca utilización de la cursiva en los jóvenes, que podría provocar trastornos en el aprendizaje, y la consecuente pérdida de la individualidad producto del abandono de la escritura a mano. El autor expresa su preferencia por la enseñanza de la letra cursiva, argumentando que con el enlazamiento de las letras en este tipo de grafía, se promociona un pensamiento en bloque y fluido, a diferencia de la letra imprenta, que fragmenta y genera un pensamiento segmentado y binario. El factor preponderante que generaría todos estos males es la utilización de las computadoras, ya que el sujeto ya no interactúa con un papel y un lápiz sino con una pantalla y un teclado, eliminando toda huella corporal.

Pero situémonos en el contexto histórico actual. En el mundo contemporáneo, los jóvenes incorporan la práctica de la lecto-escritura a través de los ordenadores conectados a Internet, construyendo un tipo de relación cotidiana con el lenguaje distinto al que la cultura escolar enseña. A través de Twitter, Facebook y otras redes sociales, pueden interactuar entre sí, utilizando videos, sonidos y escribiendo. Cada usuario de estas redes sociales se destaca por las imágenes que “sube”, por el estilo de escritura de sus tweets o lo que se narra en los blogs. Por lo tanto, la individualidad y la corporalidad insisten aún en la escritura computarizada. El estilo, el modo de hablar propio de un individuo, va más allá del tipo de letra que utilice. Lo que sucede es que el lenguaje, como práctica social dadora de sentido, fue modificándose al calor de la emergencia de tecnologías comunicacionales. Considerar que la pérdida de la escritura cursiva puede provocar trastornos en los aprendizajes de los niños, implica ignorar y estigmatizar los modos en que los jóvenes construyen su identidad. Sin dudas, si creemos que existe allí un trastorno, estaremos cayendo en un paradigma de la normalidad, que olvida que lo que consideramos normal en cada momento histórico, depende de lo legítimo, de lo que el poder estabiliza como lo verdadero y normal.

Ya lo decía Friedrich Nietzsche, la verdad es producto de una voluntad de poder, por lo tanto, no hay nada de absoluto en una verdad considerada (excepto, la verdad de que todos somos falibles).

Aquél sujeto que se aleja de ese paradigma de lo normal, comienza a ser visto como deficiente, anormal y por lo tanto debe ser corregido. El filósofo Michel Foucault, investigó las consecuencias de este modo de pensar en la psiquiatría y en el sistema penal de la época moderna, donde se calificaba de discapacitado o monstruo a todo aquel que no cumpliera con los requisitos para ser “normal”. Mucha gente, por ser distinta, fue condenada a estar encerrada gracias al paradigma de la normalidad. Un ejemplo fueron los homosexuales. Ya lo decía Friedrich Nietzsche, la verdad es producto de una voluntad de poder, por lo tanto, no hay nada de absoluto en una verdad considerada (excepto, la verdad de que todos somos falibles).

Pero volvamos: la escritura, sus trazos y soportes, componen una tecnología que no ha existido desde siempre en la historia de la humanidad, del mismo modo que las computadoras y el mundo digital. Se trata de dispositivos artificiales que el hombre desarrolla como herramientas de mediación con el mundo, como modos de expresión, de comunicación, de acumulación de información y por supuesto, de dominio, como indicó alguna vez el antropólogo Claude Lévi-Strauss.

Pero la escritura a través de la computadora, que no se aleja de todas esas características, tiene sus particularidades. En Internet, por el contrario de lo que suele pensarse, no se desarrolla un pensamiento trastornado o segmentado, sino un tipo de escritura que genera una cognición ligada a lo hipertextual. Esto significa que se facilita un tipo de atención que permite saltos de un texto a otro, pero de ningún modo se trata de pensamientos aislados. El mejor ejemplo para entender esto, está justamente en la novela Rayuela de Julio Cortázar. Ella quizá sea el antecedente más exacto de un hipertexto. Se trata por lo tanto, de un lenguaje distinto al escrito tradicional, que genera controversias por su novedad, del mismo modo que la escritura generó el rechazo de Platón, quien creía que su uso destruiría a la memoria.

Decidir sobre los modos de escritura que se le quieren enseñar a los niños, va de la mano con el tipo de  sociedad en la que se espera que se desenvuelvan, de los dispositivos que puedan aprender a manipular para poder expresarse y comunicarse. Si no generamos la inquietud por preguntarnos ¿Para qué enseñar? No tiene mucho sentido entrar en el debate sobre la imprenta o la cursiva, sobre si a mano o con el teclado. Quizá la clave no sea optar por alguno, sino que el estudiante comprenda para qué puede ser útil cada cosa.

Bibliografía consultada:

  • Etcheverry, Guillermo  “Escrito a Mano” La Nación 27/09/09
  • Foucault, Michel: Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Siglo XXI Madrid 2005
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