El derecho de la audiencia a ser audiencia

Pocas veces nos ponemos a pensar en las personas que encienden una radio social en búsqueda de un contenido. Que no quieren solo que la radio los haga trabajar, sino que quieren encenderla para disfrutarla.

Artículo originalmente publicado en la edición 187 de Revista Zócalo, septiembre de 2015, México.

Durante la octava Bienal Internacional de Radio celebrada en la Ciudad de México en 2010, especialistas, académicos, investigadores y profesionales de la radio discutían y exponían sobre los roles de la radio en nuestra sociedad. Las reflexiones volvían una y otra vez acerca de la radio pública, la radio universitaria, la radio comunitaria, y la participación ciudadana en la construcción de medios que debían entender como propios. Hasta que en un momento, Jean Jacques Cheval, fundador del Grupo Francés de Investigaciones y de Estudios sobre la Radio (GRER), que estaba allí para participar de una de las mesas de debate, pidió la palabra y preguntó: “¿Acaso hemos pensado en el derecho de las audiencias a ser audiencias?”. Y un breve pero intenso silencio se hizo sentir en el lugar.

Aquello siempre me quedó latiendo. Quienes trabajamos en torno a los medios de comunicación con una visión política, social, democrática, de fomentar la diversidad y el pluralismo, del mal llamado “dar voz a los que no tienen voz”, tenemos el preconcepto de que todo el mundo quiere participar de un medio de comunicación en roles como la puesta al aire, la construcción política, sus actividades o la programación. Y pocas veces nos preguntamos verdaderamente sobre las intenciones de aquellas personas; de, en definitiva, los ciudadanos y las ciudadanas. Teorizamos y practicamos radio de fines sociales con la confirmación de que toda persona estará dispuesta a ponerse al hombro la responsabilidad de hacer un medio y de participar y responder ante cada pedido de la radio de su barrio. Y esa confirmación es apenas una presunción. Pocas veces nos ponemos a pensar en la gran cantidad de personas que encienden una radio social en búsqueda de un contenido. Que no quieren solo que la radio los haga trabajar, sino que quieren encenderla para disfrutarla. Y en la radio social, aquello a veces queda muy relegado2.

Ese quedar relegado a veces explica el porqué de las bajas de audiencia de este tipo de emisoras. Haremos una generalización injusta y quizás polémica. Pero con el objetivo de reflexionar para no tomar algunos escenarios como algo dado. Los debates en torno a las radios sociales parecen tener bien presente los derechos a la libertad de expresión y a la comunicación, pero poco sobre el derecho a la información.

Las radios comunitarias, alternativas y populares se preocupan de brindar micrófono a la gran cantidad de voces marginadas del debate público. Toman en sus manos, como sociedad civil, la herramienta de la radio para expresar lo que la ciudadanía necesita expresar. Además, son espacios que fomentan el encuentro, el diálogo, la interacción social: son agentes de comunicación entendida como un derecho en sentido amplio. Ahora bien, se le habla a los convencidos y, en general, con formas que resultan poco atractivas para los no convencidos. Por supuesto que hay excepciones, y por suerte, cada vez más. Porque la salud de la radio comunitaria, alternativa y popular, depende mucho de generar un buen colchón de sustento social. Y eso, no solo se logra abriendo el micrófono, sino brindando contenidos bellos a quienes no quieren tomar el micrófono. Porque, asumámoslo: hay personas que no tienen ganas de tomar el micrófono.

La sostenibilidad de los medios comunitarios no trata solo de un aspecto económico. Hay que invertir el orden de los factores: un medio social será más sustentable económicamente, cuando ya haya sido sustentable comunicacional, política, social y legalmente. Y todas las sostenibilidades se necesitan y realimentan. Un medio comunitario, si logró captar la atención de su comunidad, tendrá mayores chances de lograr ingresos por publicidad, de generar equipos de trabajo estables, de evitar atropellos a sus derechos, y lograr perdurabilidad como proyecto. Por eso, la cuestión de los contenidos debe estar en el centro de la escena. Porque habla también de un respeto por la propia audiencia, y de un cuidado que se traducirá en confianza.

Por su parte, la radio pública, cultural, universitaria, presupone que cultura y educación deben ser aburridas. Que divertirse no es aprender. Que el objetivo de tener espacios de diversidad en sus programaciones no solo es necesario, sino suficiente. Y no es suficiente. Esos espacios también deben gustar a un otro. Y lo que es más difícil, a varios otros. La radio de fines sociales debe propender a ser masiva. Sino, nos quedamos con que alcanza con expresar para saldar nuestras necesidades democráticas. Y eso es solo el comienzo. Claro, también hay excepciones que, no por casualidad, son las experiencias más renombradas y exitosas.

De a poco, la radio social va comprendiendo esto, y va tomando riesgos estéticos, experimentando con el sonido, con la mixtura de géneros y formatos, con la ocupación adicional del espacio digital. Cuando el doctor Cheval lanzó su provocación en 2010, el panorama era mucho más conservador. Por suerte, en estos años, las buenas experiencias se han multiplicado exponencialmente. Pero mientras, aún hoy, la academia, que siempre llega tarde, sigue enseñando a hacer una radio llena de formalidad, vetusta, correcta y nada más. Y los investigadores seguimos creyendo que todo ciudadano desea participar. Y en el camino, no hablamos de una mejor radio.

Como oyente, pocas veces tengo ganas de participar de las consignas que dan en las radios -sean de fines sociales o comerciales-, o estar todo el tiempo en una posición activa. Las radios sociales tienen muchos roles, como los que mencionábamos de dar micrófono a la ciudadanía y de ser espacio de encuentro, o el rol de intermediación en los problemas sociales, como así también roles informativos, educativos y culturales. Pero también tienen la función de entretener y acompañar. Y no deberíamos perderlo nunca de vista, porque incluso a través de lograrse estos roles, es que pueden fortalecerse los otros objetivos.

Para esto es imprescindible el rol de las tecnologías de la información y la comunicación. Hoy en día hay menos excusas para no arriesgarse. Todo está a la mano: desde softwares sencillos y materiales de capacitación, hasta audios históricos, archivos sonoros y equipamiento relativamente barato. Las TIC, bien empleadas, pueden ayudar a facilitar, abaratar y dinamizar la producción. Y si esto se consigue, habrá más tiempo y recursos para prestarle atención a que esos contenidos sean originales.

Que se entienda. La radio pública debe pasar música clásica, pero no debe ser lo único que pase. La radio comunitaria debe hacer magazines políticos, pero no debe ser lo único que haga. Las TIC en la actualidad, también nos permiten algo que hasta hace poco tiempo era imposible: conocer un poco más de nuestras audiencias, sus necesidades, sus gustos. Las redes sociales nos permiten sacar conclusiones generales sobre por qué una producción tuvo más impacto que otra. Podemos en ellas recoger comentarios. La transmisión online también permite saber cuándo hay más sintonía. Podemos realizar encuestas de formas mucho más fáciles y baratas que en otros tiempos.

¿Quién dijo que las audiencias no quieren escuchar radioteatro? ¿Quién dijo que es más caro producir radioarte? ¿Nos la hemos ingeniado para sostener nuestros objetivos a la par que ofrecer contenidos originales que le compitan mano a mano a los contenidos comerciales? Debemos salir a buscar al oyente. Y para eso debemos ser originales, y tener siempre presente que el oyente de radio social, no solo es o puede ser un participante activo, sino que también es un oyente. Parece una verdad de perogrullo, pero muchas veces se olvida el hecho de que la radio no solo es una excusa de encuentro y reivindicaciones sociales y culturales, sino que también es programación. Debemos ir a buscar a ese oyente, darle una oferta atractiva, cautivante. Debemos buscarlo a donde los medios comerciales no lo quieren buscar, y escucharlo aunque no quiera hablar, si vale la expresión.

La radio no es solo información, entrevistas y música. La radio es todo lo que se nos pueda ocurrir hacer con el sonido. Y, gracias a las TIC, casi todo es realizable. Algunas ideas pueden ser recuperar el radiodrama, reformateándolo para los nuevos tiempos: sketches, radioteatros cortos, radionovelas en cápsulas, historias sonoras, cuentos y poesías sonoras, radiofilms que podamos escuchar en una programación y descargar luego en podcast. También hacer un uso social del radioarte. Producir documentales sonoros, volver al periodismo de investigación, programar música nueva. Y sobre todo, volver al humor. Desacartonar las transmisiones: no se trata de un quirófano, sino de una emisora. No se trata de imitar a la radio comercial, sino de tener una identidad propia, sin dejar de atraer al oyente. ¿Una historia sin palabras? ¿Una narrativa que comience en la radio y termine en la web? ¿Un programa de concursos en la radio social? ¿Por qué no?

Lo que sí está claro es que el oyente, también el oyente de la radio pensada como participativa, quiere escuchar. No debemos desesperarnos cuando no nos conteste, no venga a la radio, no quiera estar en una actividad que organizamos, no quiera armar una torre de transmisión. Porque seguirá siendo parte de nuestra comunidad y estará allí, atento detrás del aparato receptor esperando algo divertido, interesante, bello, para fidelizarse con una emisora. La participación, en todo caso, si viene, vendrá después.

Las audiencias de las radios sociales y culturales, también tienen derecho a ser audiencias. Y ello implica una obligación para quienes producen sus contenidos. No se trata de que persigamos el rating como única valoración del trabajo, porque por suerte eso no es necesario en este tipo de emisoras. Pero sí que comprendamos que en definitiva, estamos haciendo radio. Pensar en la radio comunitaria no puede limitarnos a pensarla en una radio que como tiene fines sociales y políticos, se perdona que esté mal hecha o sea aburrida. Todo lo contrario: la forma nunca puede ser mala palabra en detrimento de un contenido. Porque un contenido, sin forma, no puede viajar. Y un contenido que no viaja, es cáscara vacía. Hoy la preocupación estética en la radio social y cultural, debe estar al mismo nivel que la preocupación virtuosa por sus temáticas. No existe revolución sin belleza, porque no existe revolución sin personas. Debemos pensar en rescatar el concepto de entretenimiento, que hemos regalado a la radio comercial sin ninguna razón. Y aceptar que por más que debatamos en ámbitos académicos sobre la participación, siempre habrá audiencias que solo quieren ser audiencias. Y merecen toda nuestra atención.

El derecho de la audiencia a ser audiencia

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