El quinto elemento. Paisaje sonoro y estética radiofónica.

El paisaje sonoro se compone de los sonidos alrededor nuestro, y que percibimos, categorizamos e identificamos en sus bandas, sus señales, tonalidades y marcas sonoras, en un lugar, ya sea como experiencia perceptiva natural o como elemento “fijado”, gracias a las herramientas de registro que transforman un fenómeno inmaterial en “material” real, que puede ser almacenado y transportado para un trabajo “post”, en busca de una idea o proyecto audiovisual.

Atsushi Nishimura, se refiere al paisaje sonoro como: “Procesos por los cuales los individuos forman una filosofía de relación con los sonidos”. Al respecto, es innegable que los sonidos construyen una relación interactiva con los escuchas: respondemos a los sonidos del entorno, sabemos qué significan, reaccionamos al llamado de campanas en la plaza principal los domingos a las 7 AM, así como en algunas ciudades al tintineo de botellas o vidrios para anunciar al heladero, al lechero, al gasfitero.

Las relaciones a las que se refiere Nishimura existen, pero no son evidentes para un oyente casual. Ser consciente de las relaciones y las características que los paisajes sonoros tienen con las personas, requiere de una preparación o educación sonora in crescendo, haciendo de los realizadores o artesanos sonoros, “especialistas” en la escucha atenta, una cualidad fundamental para crear de manera “total” y comprometida en el universo audiovisual, pero sobre todo en la radio.

La materia prima de la radio es el sonido, como la madera de los carpinteros.

Los artesanos estamos obligados a experimentar con las diferentes maderas, ampliar nuestra percepción y capacidad creativa, teniendo en cuenta que el éxito y encuentro de la maestría en la realización, está en dominar la materia prima con la que se trabaja, generando la posibilidad crear piezas de catálogo en serie como obras únicas de colección.

La madera se lija y con la mano se siente la perfección de la superficie. La creación con sonidos, requiere también de herramientas analógicas o digitales, para que finalmente más allá de cualquier idea concreta, patrón establecido, estilo o formato, lleguemos a una conclusión primordial de la estética sonora: que las obras se escuchen bien, logrando una radio que genere chispitas de colores en nuestra imaginación.

Hoy, el paisaje sonoro puede ser considerado, de manera efectiva, como el quinto elemento del lenguaje radiofónico, teniendo en cuenta que más allá de la satisfacción del realizador, se debe recordar que “el lenguaje radiofónico tiene siempre una doble vocación: por un lado, como instrumento de comunicación y, por otro, promotor de arte y cultura”, tal y como lo mencionó Lidia Camacho en su libro manual “La imagen radiofónica”.

El quinto elemento. Paisaje sonoro y estética radiofónica.

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