Algunas reflexiones sobre la creación, obra y producto, centrados en la práctica radiofónica. ¿Cómo creamos?
La radio sufre, como la mayoría de las cosas, el corset autoimpuesto por sus propias definiciones. El ser humano crea reglas que le sirven para asir el mundo, para expulsar la angustia de lo inexplicable. El problema es cuando esas reglas, que son surcos con los cuales leer la realidad y organizarla, se convierten en indiscutibles. Allí, cuando todo empieza a manejarse con los parámetros de la fe, es difícil innovar y crear, porque supone poner en crisis un discurso estructurante.
La radio no es algo que venga de la Naturaleza o de Dios; es una creación humana. Las formas en que la entendemos, también. Y como tales, pueden ser modificadas por nosotras y nosotros. Un modo es darnos la oportunidad de cuestionarnos la práctica propia, hacernos preguntas, imponernos consignas que funcionen de disparador e incentivo. Después de todo, si hablamos de narrativas sonoras, hablamos de ciertas materias (voz, música, sonidos/ruidos, silencios) con las que podemos crear infinitas expresiones con infinitas combinaciones.
En este sentido, una propuesta es pensar en el concepto de obra por sobre el de producto. Una radio que realiza productos es una radio que se quiere efectiva, eficiente, rentable. Una radio que se entiende solamente desde su utilidad, desde su potencialidad de impacto, que se la mide en base a resultados.
Esa es una radio capitalista. Una radio que absorbe los parámetros capitalistas de lo que está bien y lo que está mal, ubicando del lado de lo realizable solo aquello que es útil, o que pueda generar una rentabilidad; aquella producción que es exitosa en los parámetros de éxito que el mercado nos enseña desde la infancia: ¿tu producto no tiene muchos oyentes? No es bueno. ¿Tu producto no genera clicks? No es efectivo. ¿Tu producto no se monetiza? No sirve.
Se trata de una radio que no contempla ni permite la falla. Una radio de perfección sin riesgo pero sin brillo. Una radio capaz de realzar figuras que a los codazos, puedan sobresalir por sobre el resto. Una radio liberal cuyo estándar de éxito ensalza figuras individuales -meritocráticas mas no necesariamente meritorias- y olvida la comunidad, la cooperación, la comunicación y los procesos creativos, todas instancias de conflicto y efervescencia.
Proponemos, entonces, pensar más allá del producto. El concepto de obra permite salirse de la asfixia del resultado, de la eficacia. Y la trampa capitalista, sabemos, es hacernos creer que algo es bueno si es masivo, si es famoso, si es marketinero. Pero calidad (subjetiva) y cantidad (objetiva) no siempre coinciden. Sino, pregúntenle a Van Gogh.
Ahora, ¿hacemos obras o hacemos productos? ¿Tenemos orgullo de nuestras piezas sonoras o no? ¿Hacemos la radio que nos da placer? ¿Hacemos la radio que queremos mostrar? ¿Y la que escucharíamos?
Irnos del producto hacia la obra nos permite revalorizar también el proceso. Obra, si se quiere, es la suma de proceso más producto. Es el gesto y su objetivo. En la obra-gesto, el proceso es una etapa fundamental de la creación. Nos permite salirnos de la dictadura del resultado y disfrutar también del cómo. Si en la pintura importa saber la técnica utilizada, y no solo el cuadro final, ¿por qué en la radio prescindimos del proceso?
El radioarte y el arte sonoro han comprendido la importancia del proceso. Y los tiempos actuales son ideales para consolidar un cambio de paradigma: las herramientas tecnológicas han abaratado, agilizado y facilitado los procesos, lo cual democratiza la obra. Y permite a más personas investigar, explorar, experimentar y mostrar los caminos implementados para llegar a una producción, porque los caminos también son lugar para la creación.
En formas como el collage, el ready made, el mashup, el remix, la performance, la improvisación, las narrativas transmedia, es más evidente que el proceso es parte de la obra. El livecoding, por ejemplo, necesita mostrar como parte de la creación el proceso mediante el cual se construye el producto: sin esa parte, no tendría el mismo sentido. El software libre deja disponible el código para modificar y mejorar programas. De eso se trata: algo tan utilitario como un software también es capaz de escapar a la lógica de la meta como única etapa importante, escapar a la lógica mercantil, para atender al backstage, al bricolage, al proceso como una parte indiscernible de un todo, que revaloriza la creatividad de la búsqueda metodológica, que no esconde la posibilidad de error, que permite equivocaciones (es en el proceso donde estas pueden aparecer).
En una suerte de voyeurismo resignificado y redignificado, la obra comienza cuando se desnuda el proceso, y el método mismo puede ser bello o no. El gesto mismo del hacer cobra entidad, desacraliza los productos, y devuelve la creación al ámbito de lo vivo, de lo que se mueve, de lo que cambia, evitándole la penitencia de la fijación objetual mercantilista. La estética comienza en la fabricación y no se encuentra solo en el objeto.