En medio de debates en torno a leyes que podrían restringir la libertad en Internet, el cierre de Megaupload.com marca una paradoja que nos pide una reflexión. Por Francisco Godinez Galay – CPR
Hemos escuchado gritar por la libertad de expresión, alzar voces y banderas en defensa de Megaupload, amenazas del tipo primero es Megaupload, luego van por todo y cosas peores. Pero a no engañarnos. Si bien es cierto que muchos usamos la plataforma para compartir contenidos, sin infringir derechos de autor ni lucrar, la verdad es que Megaupload lejos está de haber sido un paladín de la libertad de expresión, el derecho a la comunicación y la cultura libre. Megaupload no nació para ser el adalid de los Derechos Humanos.
Megaupload es una empresa, que gana dinero por su actividad; no es una plataforma de activismo y rebelión. El sistema de Megaupload incluía premiar con dinero a los usuarios que más contenidos subieran. Megaupload hizo millonarios a sus dueños a costas de los contenidos, libres y no libres.
El cierre de Megaupload nos perjudica, pero momentáneamente. Hay miles de sitios para subir y compartir nuestros contenidos. Cerrarán y habrán miles más. Dejarán de existir y habrá otros mecanismos de intercambio. Sería una confusión defender a Megaupload en nombre de la cultura libre, ya que lejos está esa idea de la mente de sus creadores, que pensaron en un negocio.
Es cierto, un artista puede decidir subir sus discos y difundirlos a partir de plataformas como esta. Decide contribuir a la cultura libre, luchar contra los derechos de autor, compartir sus obras. Pues bien, el artista no percibe dinero inmediatamente por esta acción, pero la plataforma sí. Plataformas como Megaupload, que viven de la publicidad y las membresías, ganaron y ganan dinero a costas del tráfico que producimos aquellos que creemos en la cultura libre.
La cultura libre está en todos lados. El concepto permite a cada quien disponer de sus creaciones y lanzarlas al mundo. Pero lo que sitios como Megaupload nos muestran es que detrás de esa loable idea, hay quienes siguen ganando dinero a costas de la cultura libre. Y además de ello, los defendemos y ponemos el grito en el cielo cuando alguien los toca. Defender el acceso a la cultura no es defender nuevos modelos de negocio que ya no lucran con el contenido sino con el tráfico. Esa será una instancia transitoria hasta que, como muchos queremos, los intermediarios desaparezcan por completo.
Cuestiones como estas nos impulsan a reflexionar un poco más allá de los formulismos automáticos sobre la cultura libre y la libertad de expresión, de cara al futuro y a que conceptos tan importantes como los que defendemos no terminen vaciados de contenido.