Las radios sociales se “obstinan” en pelear por las licencias para transmitir por aire, mientras el mundo asiste a la revolución tecnológica de Internet. ¿Cómo debemos entenderlo?
¿Es esto una anacronía? ¿Los medios sociales son víctimas de la inercia de sus reclamos históricos? ¿Son víctimas de una dificultad para adaptarse a los nuevos tiempos?
Por una parte, las radios sociales sí han sabido adaptarse a las tecnologías y nuevas plataformas, tanto como los medios comerciales y públicos. No es cierto que por tener menores capacidades económicas u organizacionales, estén quedando en todos los casos relegados en el proceso de revolución tecnológica. Hacen uso de las herramientas de software y hardware que mejoran y abaratan su trabajo, hacen usos creativos de las plataformas digitales y más.
Respecto de los reclamos históricos, si bien es cierto que en muchos casos puede achacársele a los medios alternativos cierto nivel de comodidad ante la adversidad (cuanto peor, mejor), lo cierto que pedir por las frecuencias analógicas, largamente adeudadas como derecho por los Estados, es un reclamo con tanta actualidad como siempre. Hoy existe otro territorio donde tener presencia, el digital, pero eso no debería exceptuar a los medios sociales de la pelea por su derecho en el mundo analógico.
El futuro, incierto, contiene dispositivos y pequeñas revoluciones tecnológicas basadas en Internet. La radio, lejos de atemorizarse, deberá saber que es capaz –una vez más— de adaptarse y reponerse a todas las previsiones sobre su muerte. Es más: hoy podemos afirmar que la radio no solo no se debilitará, sino que se hará más fuerte que antes, porque es capaz de traspasar los aparatos radiofónicos como único espacio posible de existencia. Hoy la radio es radio en la onda hertziana, pero también en la digitalización, en Internet en vivo, en el podcast. Hoy la radio tiñe más territorios. Hay radio en la radio, en las páginas web, en los teléfonos celulares, en las redes sociales. También la televisión construye contenidos meramente radiofónicos y mayor cantidad de obras artísticas de todo tipo contienen radio y sonido.
Respecto de esa “obstinación” que puede significar seguir peleando por las frecuencias hertzianas, tiene que ver con varias cosas: la radio reconvertida a la Internet no es ni siquiera una promesa todavía. Asimismo, la cobertura de Internet no se compara con la de la radio y va a pasar un buen tiempo para que se equiparen. Además, los usos que se le dan a la radio, en viaje, en movimiento, o incluso en la habituación de prender un celular o una computadora para ciertas cosas, pero mantener el aparato de radio siempre presente para escuchar radio, hacen perdurar la idea de la radio de onda. A esto tenemos que sumarle que la visión desde las grandes ciudades es muy distinta a muchos lugares del interior, en donde la radio sigue permitiendo la comunicación que ni los celulares posibilitan.
La falta de espacios para la radio social no puede solucionarse por la muerte de la radio por onda. La promesa de la inminente y definitiva reconfiguración de la radio en otros territorios y plataformas, funciona como un discurso peligroso que puede hacer renunciar a los derechos que corresponden en pos de una zanahoria que nadie está en condiciones de asegurar que llegue, que llegue pronto, ni que llegue democrática como no lo está siendo la onda analógica.
Así como una plataforma no anula la otra y la radio es en todos los dispositivos, una promesa de un futuro esplendor no puede anular una lucha legítima por algo que por lo menos desde hace 70 años en América Latina es una deuda por parte de los Estados y una estrategia negadora por parte de los Mercados.
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